Nuevo orden mundial
versus identidad histórica y soberanía nacional
"La Soberanía y
El Orden Mundial" - se acuñó hace poco más de un año, algo más quizá, si
bien la elección del apelativo no pudo ser más profética. - "La
soberanía" y "el orden mundial" han sido los lemas del año 1999
de modo bien ilustrativo.
La inquietud por la
soberanía ha pasado por dos fases. La primera, se producía durante el primer
semestre del año, cuando la agresión aérea de EEUU-OTAN sobre Yugoslavia fuera
el centro de atención, y la segunda, se ha producido estas últimas semanas -
con relación al recrudecimiento de las atrocidades en Timor Oriental.
Durante la primera fase se
dio una " desmesurada profusión" en cuanto a la nueva era de la
historia de la humanidad en la que nos adentramos, en la que los "estados
iluminados", recurrirán al uso de la fuerza - cuando lo consideren
oportuno, sin reparar en arcaicos conceptos como la soberanía o la legislación
internacional. Adiós a las antiguas restricciones. Los "estados
iluminados" actuarán conforme a sus principios tradicionales en su misión
de "custodia de los derechos humanos", proclamaba la Secretaria de
Estado estadounidense, Albright, según lo reflejaba fervientemente el New York Times.
La misión es concreta,
según Albright y compañía, al menos, por lo que respecta a determinados lugares
del mundo, y, más concretamente, a los estados "corruptos". La Cuba
actual. Nicaragua, en el período previo a su reingreso en el mundo libre. O,
Irak a partir de 1990 cuando, al desobedecer las órdenes de EEUU, Saddam
Hussein condujera a Irak a la categoría de "estado corrupto". Pero no
anteriormente a 1990, naturalmente, cuando como estado amigo y aliado era
receptor de una ayuda masiva, al tiempo que se dedicaba a gasear a los Kurdos y
a torturar a la disidencia, periodo en el que, de hecho, llegaría a perpetrar
las mayores atrocidades de toda su funesta trayectoria. Semejante conducta le
sería recompensada con una creciente ayuda militar, entre otras, por los
estados iluminados.
Bien, esto ocurría en el
primer semestre del año. Los persistentes pronunciamientos de los más
preeminentes moralistas, figuras políticas y demás eminencias, abrumaron a la
opinión pública respecto a la prodigiosa nueva era en la que nos adentrábamos,
de la mano de los estados iluminados, libres ya de obsoletos conceptos como la
soberanía o la legislación internacional.
La segunda fase se ha
venido produciendo estas últimas semanas. La sintonía dio un giro drástico,
conforme se fue centrando la atención en Timor Oriental, por el recrudecimiento
del imperio de terror, violencia y barbarie generalizada que ha venido produciéndose
a lo largo del último cuarto de siglo. Es, de hecho, la peor masacre en lo que
respecta a la población desde el Holocausto.
Ahora, resulta que la
soberanía de Indonesia se merece una atenta y desmesurada consideración en este
caso, aún cuando su soberanía no existe. Porque, naturalmente, Indonesia no
tiene ningún derecho a la soberanía sobre Timor Oriental, si obviamos el
derecho implícito en el apoyo prestado por las grandes potencias a la agresión;
es decir, los estados iluminados en general, y el del adalid de los estados
iluminados, EEUU en particular.
De modo que, aquí, hemos de
mostrar una gran consideración por la soberanía aún y cuando resulta que los
derechos humanos no se tienen en cuenta. Hemos de aplazar la más amplia misión
que establecimos en la fase previa. Tenemos que solicitar la invitación de los
invasores antes de tomar cualquier otra medida -- como la suspensión de la
ayuda militar porque, de no ser así, esto constituiría una injerencia en la
soberanía de un estado, y, naturalmente, nada más lejos de nuestra intención.
De modo que, de la noche a
la mañana, el panorama es justamente el opuesto. Del más absoluto desprecio por
la soberanía, caso de Serbia -- por cierto, último reducto de la vieja Europa
que se resiste a los planes estadounidenses para la región -- pasamos a
considerar un estado cliente a uno de los mayores exterminadores de masas de la
era moderna, y, en este caso, la preocupación por su soberanía se ensalza tanto
que tenemos que observarla escrupulosamente, aun y cuando brilla por su
ausencia.
Bien, la transición resulta
interesante y, sin duda, plantea ciertas interrogantes: ¿Qué es lo que ha
ocurrido? ¿Cuál es la diferencia?
Una de las diferencias que
se me ocurre es la que acabo de sugerir. En un caso, el estado cuya soberanía
no es digna de consideración, es un estado enemigo. En el otro, se trata de un
estado-cliente. Esto invita a la especulación, pospongámoslo de momento, para
tratar algunas otras cuestiones.
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